La profesora de música que toca el corazón: (Nota del Diario La Capital 17/05/2014)

Docente santafesina pionera de la educación musical María Elena González tiene 91 años y sigue enseñando. No cobra por sus clases porque dice que es una forma de devolver lo valioso que la vida le dio.

María Elena González se sienta frente al piano y comienza a tocar una sonatina de Clementi, «el músico contemporáneo de Mozart, que competía con él, pero a quien Mozart siempre le ganaba». Termina y se disculpa de no ofrecer más por una dolorosa artrosis que afecta sus manos. En la misma sala donde está el piano hay regalos de los miles de alumnos que tuvo y tiene. María Elena tiene 91 años y sigue dando clases de música. Entre sus alumnos están una adolescente ciega y un chico autista. «Me preguntaron cuánto les iba a cobrar y me sentí ofendida. Cómo les voy a cobrar si yo tengo que devolver de alguna forma lo que me fue dado en la vida, que no fue poco y sí muy valioso», exclama la profesora rosarina considerada pionera de la educación musical.

María Elena González

María Elena González

En una rápida mirada por la habitación, aparecen una pintura de Juan Grela, otra de Leticia Cossettini y una fotografía de una de sus maestras más queridas: Dolores Dabat, la docente y directiva del Normal Nº 2 (entre 1912 y 1940, año en que falleció) que imprimió un sentido estético y de calidad a la educación pública. Con ella aprendió María Elena. Y se nota. Desde el principio hasta el final de la entrevista defiende con firmeza la vocación docente y aclara que sus clases son de educación musical, algo más que enseñar a tocar el piano.

Cumpleaños. El 10 de julio cumplirá 92 años. «¿Los va a festejar?»: «Ya no estoy para esos trotes», responde con una sonrisa —que no abandona nunca— y sigue con su charla.

La docente se ríe de tener tantos presentes decorando su departamento. «Ya dije muchas veces que le voy a poner «Museo María Elena»», ironiza. Hay cerámicas, una colección completa de las didácticas de las diferentes ciencias con las que se formaron cientos de maestros normales. Uno de esos libros es de su autoría: «Didáctica de la música» (Editorial Kapelusz).

Confiesa que no se acuerda quién le regaló cada cosa que tiene en su casa, pero sí de la mayoría. Para probarlo, señala una artesanía que dice «Alejandro y Joaquín». Y cuenta: son dos hermanos que empezaron a estudiar música con ella a pedido de su abuela, una querida amiga y profesora de canto. «La primera vez que vinieron tendrían 10 y 11 años, ahora tienen 22 y 23 años y se han convertido en mis nietos».

Entre sus 10 alumnos actuales también están Iara, una adolescente que es ciega, y Tomás, un chico autista. «Cuando Iara vino por primera vez tenía 9 años, ahora cumplió los 14. ¡Y cuidadito con no venir! Disfrutamos las dos de las clases. Tiene un oído maravilloso. Y Tomás hace un año que asiste. Hay que ver cómo hemos hecho esa empatía necesaria», describe emocionada sobre los logros de sus alumnos más jóvenes.

Formación.Que les paguen por sus clases no figura en su horizonte. «Todos me dicen «cómo no cobra» y yo pienso cómo les voy a cobrar si tengo que devolver de alguna forma todo lo que me fue dado en la vida, que no fue poco y sí tan valioso. Tengo mi jubilación, mi departamento que pude comprar cuando era una simple maestra de música».

A todos les enseña a tocar el piano y a todos les aclara que da «educación musical». Más de una vez, vuelve sobre la idea de que no se trata de… do-re-mi-fa-sol-la-si, ni de la técnica, sino que hay que saber música y que todo lo que fue escrito para ser interpretado en el piano tiene alguna razón.

Esa concepción de la enseñanza tiene su fundamento. María Elena se formó primero como maestra de grado y luego siguió el profesorado de música. «En 1945 ingresé al Profesorado Normal Nacional de Música que era parte del Profesorado de Bellas Artes del Normal. Fue fantástico, era de avanzada, no había otro en el país. Dolores Dabat fue quien hizo que se creara. Yo tuve la fortuna de ser su alumna».

La vocación, sin embargo, apareció mucho antes, cuando María Elena tomó clases con una maestra de piano de Arroyito, «la señorita Teresita Faure». Luego se mudó de barrio y no volvió a practicar hasta los 11, 12. «Mi mamá encontró un profesor y me mandó con él, era Rolando Balbazoni, que me enseñó muy bien».

En todos esos años de práctica nunca tuvo un piano propio. «Me recibí de profesora sin tenerlo, para aprender en la escuela me permitían tocar en el Steinway que había; practicaba en lo recreos de contraturno, en mis horas libres». Su primer piano lo tuvo cuando ya trabajaba de maestra. «Lo compré con un crédito del Banco Nación. Mi abuelo me salió de garantía». El actual se lo compró usado a una ex alumna hace un par de años.

La historia laboral de María Elena no difiere mucho de lo conocido, de lo que muchos docentes deben defender para asumir la titularidad del cargo. Eso le pasó cuando la designaron maestra de música en el departamento de aplicación del Normal Nº 2, donde la directora de ese entonces tenía una «protegida». «Yo le caí como peludo de regalo, nombrada oficialmente, y no me dejaba tomar posesión del cargo. Mis compañeras me dieron fuerzas para enfrentar la situación y al final tuvo que ceder». Eso fue en 1947.

Innovadora.Las clases de María Elena se diferenciaron desde el inicio. ¿Qué fue lo innovador? «Lo primero que hice cuando me nombraron fue empezar a organizar la banda rítmica. Siempre había sido muy desagradable cuando la escuchaba en la escuela, era un pam pam chim pum. En cambio, yo consideraba que era un recurso pedagógico para que los alumnos aprendieran música», repasa.

Los cambios no se hicieron esperar y nadie quedó afuera. Trabajaba al mismo tiempo con la nenas de primer grado como con las de sexto (en ese entonces el Normal era solo para mujeres). «Las organicé como en una orquesta sinfónica, con grupos diferenciados para cada instrumento, pero donde todas debían saber qué tocaba el otro, el total de la partitura, y cuándo era el tiempo para cada una».

Además de docente, María Elena fue rectora en el Colegio Nacional de Casilda. Llegó por concurso, en 1970. Al Colegio, cuenta, lo organizó porque era un «desquicio», tanto a nivel de trabajo docente como de disciplina de los alumnos. Y se enaltece de nunca haber gritado en un salón ni haber sancionado a los estudiantes: «Nunca en mi vida de docente elevé la voz para poner orden, nunca grité para decir «silenciooo…». Y jamás puse una amonestación. Es algo de lo que me enorgullezco. Porque mi sistema disciplinario era plantarme al frente y quedarme calladita mirando. Ese valor de la presencia lo había aprendido de Dolores Dabat».

Las anécdotas de su paso por el magisterio se suceden y aparecen muchos nombres, entre ellos los de las hermanas Cossettini. «Trabajé en la Escuela Carrasco, con Olga y Leticia. Fue una experiencia maravillosa», remarca, y dice que se lamentó cuando cesantearon a las maestras de la Escuela Serena (1950). «Olga me regaló una carpetita que me tejió al crochet y conservo. Fue porque le enseñé (a pedido) a tocar la flauta dulce», comenta de aquella amistad.

Pero de todos esos recuerdos de «educadora musical» (así le gusta definirse) afirma que siempre se queda con algo que de manera invariable la llena de alegría: «Tuve tantas, tantas alumnas a lo largo de mi vida que donde voy siempre me encuentro con alguien que me dice y saluda: «¡Señorita María Elena!» Y ese reconocimiento me reconforta mucho».

Para todos siempre es la «Señorita María Elena». «Aún habiéndome casado. Fue de muy grande, con un viudo que tenía un hijo. No tuve hijos propios, pero sí miles de alumnos, porque fueron miles».

Distinciones.Agradece haber tenido tantas oportunidades para formarse. Un gesto especial lo tiene hacia la reconocida educadora Violeta Hemsy de Gainza. «La admiro mucho y me hace feliz que me considere su amiga».

Precisamente hace un par de años, en un congreso del Foro Latinoamericano de Educación Musical (Fladem) donde Violeta Gainza disertó, María Elena fue homenajeada por profesores y estudiantes. «Me pasó a buscar Derna Isla (también educadora musical) para ir al cierre del congreso, estando ahí me enteré del homenaje. Cuando me tocó hablar hice algo que aún no me lo explico: tomé el micrófono y comencé a cantar «Gracias a la vida…»».

Tiempo antes, la Escuela de Música de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) también la sorprendió con un reconocimiento. «Me consideraron como «pionera de la educación musical en el interior del país»».

La educadora diferencia todo el tiempo su vida personal de la profesional. Algo que aprendió a hacer al perder a su papá, de niña, y cuidando durante muchos años a su madre y hermana enfermas. «Una vez llegué corriendo a dar clases al Normal, las preceptoras que sabían de mi vida privada me cuidaban el curso. Cuando llego a la planta alta me esperaba el director de la escuela. Me quedé dura al verlo. Me llama y dice: «Señorita González, venga. ¿Me quiere explicar cómo hace usted con todos los problemas que tiene en su casa para venir a la escuela, ponerse a cantar y enseñarles música a las alumnas?»».

Y María Elena tenía la fórmula: «Hay que tener un felpudo, limpiarse los pies y dejar los problemas personales antes de entrar a dar clases. La verdad es que para mí era una compensación encontrarme con gente joven y enseñar».

Anécdotas.La tarde avanza. Ya no entra la luz del sol por el ventanal de su departamento. Se suceden anécdotas, tantas que recuerda que sus amigas siempre le dicen que las tiene que escribir. «Y en eso estoy ahora: escribiéndolas, en un anecdotario que comienza así: «¡Tenés que escribirlo, María Elena!»».

Reconoce que más allá de que tenga su perfil de Facebook, escriba en computadora y se espante cada día más con las noticias de la televisión, no dejará de sostener que las piedras fundamentales de la sociedad son el hogar, la familia y la escuela. «Y la escuela no puede reemplazar a la familia, puede ayudarla, llenar los vacíos y hacer un aporte valioso, pero es irreemplazable. Lo voy a repetir hasta que me muera: no es lo mismo educar que instruir. Instruir es simplemente pasar al otro conocimientos, pero educar es más amplio».

Cree que siempre se puede aprender más. Es exigente y no admite concesiones cuando se habla de ejercer la docencia. «La primaria, que es la base de todas las carreras, tiene que tener buenas maestras. Que tengan en claro sus objetivos y sobre todo vocación por lo que hacen. Si no la tienen, que se dediquen a otra cosa, pero no a ser maestras. ¿Vio cómo me pongo?». Sólo ahí levanta su voz.

 

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